Lección 250.
QUE NO VEA NINGUNA LIMITACIÓN EN MÍ.
Permítaseme
contemplar al Hijo de Dios hoy y ser un testigo de su gloria. Y que no
trate de empañar la santa luz que mora en él y ver su fuerza menoscabada
y reducida a la fragilidad; que no perciba en él las deficiencias con
las que atacaría su soberanía.
Él
es Tu Hijo, Padre mío. Y hoy quiero contemplar su ternura en lugar de
mis ilusiones. Él es lo que yo soy, y tal como lo vea a él, me veré a mí
mismo. Hoy quiero ver verdaderamente, para que en este mismo día pueda
por fin identificarme con él.
¿Qué es el pecado?
El
pecado es demencia. Es lo que hace que la mente pierda su cordura y
trate de que las ilusiones ocupen el lugar de la verdad. Y al estar
loca, la mente ve ilusiones donde la verdad debería estar y donde
realmente está. El pecado dotó al cuerpo con ojos, pues, ¿qué iban a
querer contemplar los que están libres de pecado? ¿Para qué iban a
querer la vista, el sonido o el tacto? ¿Qué iban a querer oír o intentar
asir? ¿Qué necesidad iban a tener de los sentidos? Usar los sentidos es
no saber. Y la verdad sólo se compone de conocimiento y de nada más.
El
cuerpo es el instrumento que la mente fabricó en su afán por engañarse a
sí misma. Su propósito es luchar. Mas el objetivo por el que lucha
puede cambiar. Y entonces el cuerpo lucha por otro objetivo. Lo que
ahora persigue lo determina el objetivo que la mente ha adoptado para
sustituir a la meta de engañarse a sí misma que antes tenía. La verdad
puede ser su objetivo, tanto como las mentiras. Y así, los sentidos
buscarán lo que da fe de la verdad.
El pecado es la
morada de las ilusiones, las cuales representan únicamente cosas
imaginarias procedentes de pensamientos falsos. Las ilusiones son la
“prueba” de que lo que no es real lo es. El pecado “prueba” que el Hijo
de Dios es malvado, que la intemporalidad tiene que tener un final y que
la vida eterna sucumbirá ante la muerte. Y Dios Mismo ha perdido al
Hijo que ama, y de lo único que puede valerse para alcanzar Su Plenitud
es la corrupción; la muerte ha derrotado Su Voluntad para siempre, el
odio ha destruido el amor y la paz ha quedado extinta para siempre.
Los
sueños de un loco son pavorosos y el pecado parece ser ciertamente
aterrador. Sin embargo, lo que el pecado percibe no es más que un juego
de niños. El Hijo de Dios puede jugar a haberse convertido en un cuerpo
que es presa de la maldad y de la culpabilidad, y a que su corta vida
acaba en la muerte. Mientras tanto, su Padre ha seguido derramando Su
luz sobre él y amándolo con un Amor eterno que sus pretensiones no
pueden alterar en absoluto.
¿Hasta cuándo, Hijo de
Dios, vas a seguir jugando el juego del pecado? ¿No es hora ya de
abandonar esos juegos peligrosos? ¿Cuándo vas a estar listo para
regresar a tu hogar? ¿Hoy quizá? El pecado no existe. La creación no ha
cambiado. ¿Deseas aún seguir demorando tu regreso al Cielo? ¿Hasta
cuándo, santo Hijo de Dios, vas a seguir demorándote, hasta cuándo?